La piel recuerda. Y en la temporada de las lluvias, no se borran nunca todos los caminos de vuelta a casa. La piel recuerda un tiempo anterior a la tinta, antes de ser señalada, y recuerda, un tiempo de soledad, antes de ser amada, aunque a menudo no recuerde con precisión el motivo de todo lo sucedido.

Las señales que dejamos nos permiten reconstruir las cosas que rompimos. Se avanza a tientas por el pasado, y aunque no todas las piezas encajan, y algunas ni aparecen, poco a poco, se reconoce un olor, un momento, una noche, o el color de sus ojos. Las señales que dejamos en la piel, nos traen algunas de las cosas que tuvimos, que fueron nuestras, cuando el tiempo no existía, y la memoria no era necesaria.

Porque puede ser que nada se recuerde, pero también puede ser que el amor se empeñe en pelear contra el olvido, como un boxeador sonado y persistente. Puede ser que los días se sobrepongan al rigor de los días, que todo se sume y se amontone, que nada se pierda del todo. Y puede ser que la piel quiera recordar después de todo, los nombres de las mujeres amadas, y las causas de todas las batallas, ganadas, o perdidas, y que los pasos en la nieve no se vayan con la nieve. No es imposible, que lo que pareció arrogancia o locura termine por dar fé de lo que fuimos, y que nuestras manos se llenen, cuando ya no esperemos nada, de nuestros pasados y, tal vez, de otros futuros.

No puede descartarse que en algún momento, recuperemos el orgullo y el sabor de lo vivido. No puede descartarse que volvamos sobre nuestros pasos, que reencontremos el sentido a lo perdido, ni debería ser imposible, y seguramente lo sea, que llegado el día, volvamos a entender el código cifrado de nuestra piel, el mensaje en la botella que lanzamos hace muchos, muchos años.

Puede ser, incluso, que al final del camino, volvamos a hacer las paces con el tiempo y empecemos a entender, de nuevo, como niños que recuerdan donde escondieron sus tesoros, nuestros propios tatuajes.




RAY LORIGA.

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