'84 PONTIAC DREAM

El sol de un día que nunca llamó mis ojos para quedar ciega. Ni una nada del pasado salir desde mi ventana, ni un futuro que pueda leerse con las sobras del café. 
El recuerdo más finito nunca antes vivido, como un sueño fresco que hace despertar las sonrisas inéditas. 
El círculo de donde las cosas más invisibles y verdes nacen entre mis dedos para formar desde mis manos algo nuevo, desconocido, improvisado y a cada momento.
El respirar después de días en el agua. El brillo de los ojos que alumbra las miradas más oscuras y serias. La luz en movimiento mientras los ojos se me enciman, el ahora más lúcido de mis tiempos. Ya estoy dentro, Pontiac dream de mi nombre.
Esa noche, el cielo se oscureció sólo para algunas miradas, porque en la mía a penas estaba saliendo el sol.
A la mitad de mis pupilas, el sol de nuevo me prestaba luz.
Es bueno decir que los dientes son de leche y que algún día se me van a caer, pero los míos son fuertes y de requesón.

Un trago de la piedra más profunda, las flores se cierran al compás del pez más brillante.

Por noches azules y estrelladas, detrás de mi cabeza nacen las burbujas, de las nubes y mi almohada.

La piel recuerda. Y en la temporada de las lluvias, no se borran nunca todos los caminos de vuelta a casa. La piel recuerda un tiempo anterior a la tinta, antes de ser señalada, y recuerda, un tiempo de soledad, antes de ser amada, aunque a menudo no recuerde con precisión el motivo de todo lo sucedido.

Las señales que dejamos nos permiten reconstruir las cosas que rompimos. Se avanza a tientas por el pasado, y aunque no todas las piezas encajan, y algunas ni aparecen, poco a poco, se reconoce un olor, un momento, una noche, o el color de sus ojos. Las señales que dejamos en la piel, nos traen algunas de las cosas que tuvimos, que fueron nuestras, cuando el tiempo no existía, y la memoria no era necesaria.

Porque puede ser que nada se recuerde, pero también puede ser que el amor se empeñe en pelear contra el olvido, como un boxeador sonado y persistente. Puede ser que los días se sobrepongan al rigor de los días, que todo se sume y se amontone, que nada se pierda del todo. Y puede ser que la piel quiera recordar después de todo, los nombres de las mujeres amadas, y las causas de todas las batallas, ganadas, o perdidas, y que los pasos en la nieve no se vayan con la nieve. No es imposible, que lo que pareció arrogancia o locura termine por dar fé de lo que fuimos, y que nuestras manos se llenen, cuando ya no esperemos nada, de nuestros pasados y, tal vez, de otros futuros.

No puede descartarse que en algún momento, recuperemos el orgullo y el sabor de lo vivido. No puede descartarse que volvamos sobre nuestros pasos, que reencontremos el sentido a lo perdido, ni debería ser imposible, y seguramente lo sea, que llegado el día, volvamos a entender el código cifrado de nuestra piel, el mensaje en la botella que lanzamos hace muchos, muchos años.

Puede ser, incluso, que al final del camino, volvamos a hacer las paces con el tiempo y empecemos a entender, de nuevo, como niños que recuerdan donde escondieron sus tesoros, nuestros propios tatuajes.




RAY LORIGA.
Hasta hace poco comprendí que el corazón no sólo es rojo.. cambia de tono por momentos, y que una parte de él es más suave que todo lo demás.
A veces, cuando esa parte de mi corazón es la única que funciona, mi cuerpo se pone frágil y se vuelve de agua, cambia más fácil de color. Es desde el tiempo que abrí los ojos, cuando el agua se comenzó a mover y esa parte de mí explotó para inundarme la boca y respirar, para volverse de otro color, como si el cuerpo me explicara a tonos intensos cada latir.
Desde el rojo me puedo evaporar.
Extraño el sol por las mañanas desde mis ojeras cada vez más profundas, el viento lleno de polvo que raspa mi garganta y me hace toser a dos mil por hora; mirarme al espejo y decir que mi cara es anticuada y que no combina con la maracayá del frutero, tomar las tijeras y cortarme las puntas a desnivel.

Despertar 5 minutos antes y bañarme pensando que ya se me hizo tarde, caminar por cada rincón de la casa muy deprisa sin saber qué busco; que mi papá suene el claxon y gritar que no voy a salir mientras me abrocho los zapatos y arrastrando la mochila salgo de la casa azotando la puerta, subirme al auto y decirle a mi papá que aún es de noche y que durmamos un rato ahí adentro hasta que amanezca sin que mi mamá lo sepa.

Quisiera una vez más ir a la casa de mi abuela en la playa y acostarme en el pasto para que no pueda regarlo, que no le importe y pase mojándome con la manguera a presión; descubrir mis hombros y contar mis pecas con un plumón hasta que me ardan los ojos, guardar guayabas y frutas en mis bolsillos y pintarles unas caritas felices para comer sonrisas frutales.

Quiero tener de nuevo mis patines morados de las agujetas kilométricas, ir a tocar los timbres y huir hasta que se acabe la cuadra.. hacer comidita con las plantas del jardín y dejarle postres en la ventana a la vecina. Cubrir mis dientes con papel aluminio y seria, sonreirles de repente a las personas desde el balcón.
Sólo eso.. y sentir de nuevo un abrazo de mi papá.
Inestabilidad.- En el diccionario de mi vida, se define como el proceso de negarme a la adaptación de un cambio repentino. Este estado suele permanecer por tiempo indefinido pero siempre con el peligro de quedarme estancada.